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Día de la fraternidad

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Poco tiempo de hacer mis votos, fui elegida superiora del beaterio. No fui nunca autoritaria; me gustaba conocer el parecer de mis hermanas y aceptaba sus sugerencias. Conocía bien a cada una de ellas y las quería como verdadera madre, animándolas siempre. Después de meditarlo mucho y siguiendo sabios consejos, elaboré un Proyecto de Vida que, antes de proponerlo a las demás, había experimentado yo misma. Se trataba de una Reforma del Beaterio. Quería alcanzar la perfección de la vida en comunidad, frente al individualismo que nos caracterizaba. Hice la propuesta a las beatas, era esencial vivir la fraternidad desde la humildad, siendo la expansión del amor a los demás y la ternura lo que nos debía caracterizar.

Era tal mi convencimiento de que esta vida en fraternidad podía dar grandes frutos, que expuse a las beatas, emocionada, mi ideal. Les hablaba desde el corazón y, poco a poco, las reticencias del consabido «siempre se ha hecho así, ¿para qué cambiar?», se transformaron en miradas ilusionadas, en preguntas esperanzadas, en una conversación apasionada. Estaba convencida de que el amor a Dios sin expansionarse en el hermano es una tragedia. Y les decía: ¡Hermanas, nos debemos distinguir por tratar a todos con dulzura!, si hemos renunciado a los placeres del mundo, es para ser testimonio de amor y hacer siempre el bien, empezando por los más necesitados, y todo sin alardear, sin esperar elogio, ni recompensa. Y al igual que Francisco de Asís, vivir en la pobreza y austeridad, sin lujo alguno, contentándonos con lo necesario. Nueve hermanas aceptaron la reforma pero dos decidieron irse porque no lo veían claro. Pasado un tiempo, regresarían con nosotras.

El 27 de febrero de 1876 quedó fundada la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, al ser aprobadas sus constituciones por el arzobispo de Valencia, D. Mariano Barrio; desde la vida en fraternidad, estábamos decididas a hacer el bien. Pronto la familia fue creciendo y nuestro carisma, expansionándose.

El 16 de abril de 1901 el Papa León XIII aprobó nuestra institución con la condición de que hiciéramos una pequeña reforma de las normas (constituciones); un año después, el 9 de abril de 1902, fueron aprobadas por la Santa Sede, obteniendo así el reconocimiento oficial de la congregación dentro de la Iglesia Universal.

Me sentía feliz y agradecida, «el Señor me había dado hermanas» y nuestro carisma era aceptado oficialmente como una nueva forma de expandir el amor en el mundo.

Madre Francisca de la Concepción.

Martes, 27 Febrero 2018 01:15